La creación de un proyecto empresarial parte de una doble voluntad, crear y compartir, para que, a través de estas dos acciones, alcanzar el beneficio propio, para el empresario, y ajeno, para el amplio abanico de stakeholders que hoy día poseen las organizaciones. La excelente confluencia de creatividad, intercambio y beneficio mutuo provocan que en muchas ocasiones esta voluntad transcienda a la personalidad del empresario y se convierta en todo un legado, que se trasmite por generaciones.
Un paradigma de este carácter trascendente en el entorno empresarial del último siglo es el caso de Ingvar Kamprad. En su personalidad se aglutina la búsqueda del beneficio económico con un fuerte componente de favor social. Con respecto a esta cuestión basta reflexionar sobre cuántos jóvenes han amueblado sus hogares en las últimas décadas gracias a Ikea.
Más allá de los resultados económicos, para Ingvar Kamprad está claro que existía un leitmotiv de fundar un proyecto que ofreciera valor a la sociedad. Se pueden entender sus ideas como un adelanto a la propuesta de Michael Porter sobre la creación del valor compartido por la que se invita al mundo empresarial a renovar sus procesos y actividades de negocios, tomando en cuenta el ambiente social en el que se halla la organización. En esta idea subyace el principio por el que no se ha de sacrificar la obtención de beneficios empresariales, pero que se ha de tener conciencia de las necesidades que posee el entorno en el que se localiza.
En los últimos años, se ha comprobado que cuando una empresa responde a sus grupos de interés siguiendo la premisa de crear valor compartido, se está invirtiendo en reputación, entendida esta como un activo intangible corporativo.
Sin embargo, en los años 40 del siglo pasado, aún no se había desarrollado ninguna teoría sobre la importancia de la reputación. De esta manera, Ingvar Kamprad puede entenderse como un visionario cuando quiso dar respuesta a una necesidad social, comprando materias primas al por mayor para fabricar muebles que llegaran al mercado de una manera económica y alcanzaran al gran público. Esta idea se llevó a cabo eficientemente, dando empleo a personas con discapacidad y respetando el medio ambiente.
Como en todo viaje del héroe, Ingvar Kamprad también tuvo que hacer frente a pruebas y adversarios. Entre las primeras destaca la crisis que vivió como consecuencia de sus afinidades nazis en la juventud. En cuanto a los segundos, Ikea se encontró con el boicot de competidores que lograron que no pudiera adquirir materiales en Suecia ni colocar sus productos en tiendas. Esta presión fue gestionada como una huida hacia adelante. Kamprad optó por comprar materias primas en el extranjero y por abrir sus propios establecimientos.
Ingvar Kamprad, 75 años después de poner en marcha Ikea, dejó un legado empresarial y social de gran relevancia. Es un legado tangible, 315 tiendas en 27 países, y ventas superiores a los 28.000 millones de euros. Pero, también, es un legado intangible que se plasma en valores como esfuerzo, austeridad, eficiencia y compromiso medio ambiental. Además, la marca sueca puede entenderse como un ejemplo de la capacidad de que valores personales dan paso a una cultura empresarial y se anclan como principios fundacionales de una gran compañía.